Vivimos en una sociedad de consumo que nos insta a comprar y comprar. Hay que tener una casa grande, un auto para cada adulto de la familia, lo último de la tecnología, lo que está de moda. Mientras más espacio tenemos, más cosas compramos y no desechamos nada, por lo que luego necesitamos más espacio, para comprar más cosas y se nos va el tiempo y la vida comprando cosas y buscando espacio para meterlas.
Nos pasamos el fin de semana limpiando la casa, porque es grande y hay muchas cosas que mover, por lo que nos toma todo un día, o dos. Luego nos pasamos el resto de la semana diciéndole a los miembros de la familia que no ensucien, que pongan los juguetes en su lugar, que guarden la ropa y se nos va el tiempo ordenando cosas y limpiando espacios.
Un día nos damos cuenta de que tenemos cosas que ya no nos sirven, que no hemos usado en meses ¡o nunca!, que no combinan con nada, que tenemos que mover cada vez que queremos usar un espacio o que no funcionan. Decidimos hacer una limpieza del closet, el garage, el auto o el espacio correspondiente. Y empezamos a mirar cada pieza y a tratar de romper el lazo emocional que tenemos con ésta para regalarla o desecharla…al final, no terminamos porque nos abruma la tarea, aunque sabemos que, tarde o temprano, tendremos que hacerlo o nos quedaremos sin espacio disponible.
Por fin, un fin de semana largo, o durante las vacaciones, nos proponemos terminar la limpieza y lo logramos. Al finalizar nos damos cuenta de que tenemos espacio suficiente para satisfacer nuestras necesidades y lo que nos falta es tiempo para disfrutar ese espacio con nuestras familias y amigos. Nos prometemos no volver a comprar cosas que no necesitamos, no usamos o no combinan con lo que tenemos. Cumplimos la promesa y nos damos cuenta de que organizar y simplificar nos ha permitido tener más tiempo libre para nosotros, nuestras familias y nuestros amigos. ¡Más tiempo para vivir!