La libertad y el respeto

La libertad individual, para mí, es el más importante de todos los derechos humanos.  Del ejercicio de la libertad individual, deriva la libertad colectiva.  Obviamente, ejercer esa libertad, tiene límites legales y morales y conlleva responsabilidades.

La libertad individual se ejerce en momentos cruciales, pero también en las pequeñas decisiones que se toman día a día.  Qué ponerse, qué carro comprar, qué partido político apoyar.  Todas son formas de ejercer la libertad individual.

Muchas veces, debido a posibilidades económicas, creencias religiosas o convenciones sociales, encontramos límites, impuestos por otros, a esa libertad o somos criticados por nuestras decisiones u opiniones.  Algunas veces, de forma irrespetuosa, pues otras personas consideran que es su opinión la que debe prevalecer, por encima de la de los demás.

Para poder hablar de libertad, debemos hablar de respeto.    Todos no podemos estar de acuerdo, a todos no nos puede gustar el mismo color, estilo de vestir, afición ni profesión.  Si así fuera, el mundo sería muy aburrido.  Por eso, debemos entender y aceptar esta realidad: cada cual cree, piensa, elige y hace lo que quiere y, aunque no estemos de acuerdo, no tenemos derecho a imponer nuestra opinión o creencias a otros.

Si quieres ser libre, respeta la libertad de los demás, sólo así ganarás respeto para tu propia libertad.

Si quieres cambiar el mundo…

Alguna gente me pregunta por qué no opino sobre todo lo que está ocurriendo en el país y el mundo, que si acaso no me interesa.  ¡Por supuesto que me interesa!  Tengo opiniones muy firmes respecto a estos temas, pero, en lugar de quejarme constantemente, prefiero hacer algo que revierta alguna situación que no me agrada.

Desde hace un tiempo, bajo la influencia de un buen amigo que me dijo «hay que involucrarse» y me encaminó a reunirme con gente con similar determinación, convertí esa inconformidad en acciones tendientes a mejorar la comunidad donde vivo, que es el único lugar donde puedo, realmente, influir.  Al darme cuenta de que podíamos hacer muchas cosas buenas, me propuse no gastar más energías en protestas y quejas que, adicionalmente, me hacían concentrarme en todo lo que estaba mal, llenándome de negativismo.  

Mi visión del mundo ha cambiado, pues he comprendido el poder de la acción positiva que, conjugada con el «poder de uno», me ha abierto los ojos a todas las acciones que se realizan a mi alrededor para mejorar la comunidad, el país y el mundo, sin esperar a los políticos, gobernantes o fuerzas sobrenaturales.  

Cada vez más, las personas se dan cuenta de que tienen el poder de cambiar situaciones, de resolver problemas, porque sólo hace falta uno que inicie las acciones, para que muchos otros, que también están inconformes pero no sabían qué hacer, se unan y canalicen sus esfuerzos en la solución, en lugar de sólo quejarse del problema.

Finalmente, he comprendido a cabalidad el sentido de la frase de ese gran líder, Mahatma Gandhi:

«Si quieres cambiar al mundo, cámbiate a ti mismo»